02 octubre 2007

POR EDUCACIÓN


Es lógico, a dos meses de la elección para rector, encontrar aulas en la UNAM abarrotadas de discusiones sobre proyectos, propuestas y visiones de los más reconocidos candidatos, pero, en contraposición, el procedimiento se desliza en un plano subyacente, ajeno al estudiantado y a la opinión pública. La pulcritud en su manejo, no es un lujo del que la Universidad pueda prescindir, pues en tiempos de crisis educativa, la decisión tomada por la Junta de Gobierno será tan trascendente para el niño de primaria como lo es ya para el alumno de licenciatura.

En su estancia rectora, De la Fuente se ganó la simpatía y el apoyo de grupos políticos, académicos y sociales de renombre; se consagró al limpiar casi totalmente las marcas de una extensa huelga. De igual forma acalló diplomáticamente los insistentes embates de los colegios privados, beneficiados por la maledicencia de la educación pública en el país. Incluso se ganó la devoción de partidarios izquierdistas al señalar las improcedencias del gobierno federal con respecto a los sectores culturales e intelectuales. Así mismo, su impecable imagen mediática logró crear un ambiente de confianza alrededor de su gestión que contagió la efigie de la UNAM en buenas manos.

Todo reclamo o crítica dirigidos al edificio de rectoría fueron opacados por los múltiples reconocimientos internacionales que enaltecieron el espíritu azul y oro en últimas fechas, principalmente la progresión de la máxima Casa de Estudios entre las mejores universidades del mundo, donde, en su mejor momento, se le catalogó como la número 61 por el Consejo Superior de Investigación Científica de España. Es natural, después de un desempeño satisfactorio en la cabeza del organismo, que se quiera olvidar el cambio administrativo, pero la comunicación ha sido la herramienta más útil para los actuales encargados de la Universidad, quienes caerían en contradicciones si pretendieran oscurecer el método acatado para designar nuevo decano.

Los comicios conciernen a la población en general, con especial énfasis en todos aquellos que continúan invirtiendo su tiempo en las aulas escolares. Entre los aspirantes a dirigir la UNAM desfila, por ejemplo, Fernando Serrano Migallón, a quien se le adjudica una formación conservadora y un rasposo apego a Acción Nacional, partido que ha protagonizado altercados con la educación en todos sus niveles. Un papel complaciente por parte del rector simbolizaría un frente de batalla perdido para aquellos defensores de la enseñanza en México. Son, nuevamente, lujos impensables para Ciudad Universitaria y el resto de sus Facultades.

En función de las carencias del país con respecto al conocimiento y el saber, es menester involucrarse o por lo menos supervisar los pasos de la Junta de Gobierno para sustituir director, pues de aquel nuevo albergado por los murales de Sequeiros, dependerá mucho del prestigio profesional con el que 285 mil estudiante esperan contar al final de su carrera, el futuro de varios millares más, que exigen una educación pública de calidad cada vez más gratuita por el alto costo de vida en el país, así como el de los mexicanos en general, quienes se ven mermados por la escasez de herramientas culturales en un mundo donde el éxito se mide en puntos de la bolsa de valores. Informar y enterarse sobre el cambio de rector en la UNAM no es erudición, es simplemente: cuestión de educación.