20 noviembre 2007

13. EL IMPOSTOR PERIODISMO

El periodismo es la actividad de informar a la gente del acontecer mundial, apuntaron, de manera casi uniforme, los comensales de múltiples estratos sociales, a quienes entrevisté de manera espontánea durante mi última visita a una plaza cualquiera de la Ciudad de México. También solicité algunos nombres de personas dedicadas a esta tarea; Joaquín López Dóriga, Javier a la Torre, Pablo Latapí, Adela Micha, Loret de Mola, fueron los personajes más recurrentes, aunque también desfilaron figuras como la de Paty Chapoy e incluso “el Fabiruchis”.

Debo aceptar lo tendencioso de mi cuestionario, pues el público poblador del centro comercial brindó la respuesta que yo herméticamente pretendía recibir, no con la intención de evidenciar ignorancia popular, sino para ejemplificar con una opinión aparentemente obvia como algo, que yo comenzaré a llamar desde ahora “antiperiodismo”, ha devorado su prefijo para ser consumido como su opuesto y así ser bien recibido entre la población, quien después de observar un noticiero televisado, compra amablemente la frase “está usted bien informado”.

Hasta las definiciones más hambrientas del periodismo le otorgan a éste la capacidad de alertar a la población de su realidad, elaborar consciencia e invitarla a ser partícipe en su evolución, para así encauzarla bajo el estandarte de un bienestar universal. ¿Por qué entonces continuamos utilizando el nombre de esa profesión, para llamar a algo que ni siquiera cumple con la definición más elemental?

Una o varias veces fui cuestionado por negarme a llamar ‘periodismo’ a lo que hoy se anuncia como tal; “No por que no te guste o informe, sobre algo que te interese, deja de ser periodismo” me explicaron, pero la razón de mi negativa es muy simple: nuestra contribución primaria como comunicólogos en este mundo es evitar incertidumbre, ruido y demás fenómenos enemigos del libre y efectivo tránsito de la comunicación. Un primer paso sería, por lógica, llamar a cada cosa por su nombre y hasta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, estará de acuerdo conmigo en que si no trata la información de manera profesional, la analiza y expone de manera coherente con propósitos de ilustrar la realidad, no se le puede llamar Periodismo.

El ejemplo es claro en los medios nacionales, por cada noticiero que existe en la programación, le corresponde un similar de espectáculos, cuya información se compone inevitablemente de ocurrencias vacías, intrascendentes para todo aquel ajeno a la farándula, matizadas por una exclusiva invención de los programas de aquella estirpe, un supuesto derecho para estar enterado, sin distinción, de los detalles en la vida personal de todo sujeto dibujado en el televisor.

Si el propósito es ilustrar, la materia prima abunda, aunque para algo tan evidente nunca es necesario ir muy lejos. Tabasco, por ejemplo, no fue sólo víctima de un desastre natural, la negligencia que permitió asentamientos ilegales sobre vasos reguladores de agua y el desvío de mil 970 millones de pesos, entregados por PEMEX para prevenir inundaciones durante el gobierno de Roberto Madrazo y Manuel Andrade, fue ignorada por las televisoras y radiodifusoras que prefirieron darle una cobertura similar al caso de un conductor, presuntamente homosexual, quien fue golpeado por un sexoservidor en un cuarto de hotel.

No es mi intención minorizar al antiperiodismo, por el contrario, lo considero soberano de la opinión pública en la actualidad; es la ausencia de información -y no lo opuesto- lo que dicta la inclinación política y social de un televidente, ansioso de encontrar alivio para su incertidumbre (creada por los mismos medios de comunicación) en una pantalla de 20 pulgadas. Como siempre lo deja en claro Giovanni Sartori, una imagen –contrario a lo que dictaminó el clásico refrán- nunca igualará el contenido significativo y simbólico que adquieren las palabras cuando, más allá de informar, son emitidas con la intención de comunicar.

Adorno y Horkheimer advirtieron apropiadamente, hace más de 40 años, que la tendencia natural de los medios de comunicación masiva es la de desposeer a la información de su contenido, volverla accesible para todos y al mismo tiempo intrascendente. Si esto es verdad, el periodismo y nuestras formas de comunicación son incompatibles, la profesión es una utopía más para el recuento, al menos que se pretenda refutar –tan sólo con esperanzas juveniles- la teoría de dos gigantes de la rama.

De cualquier forma el reclamo es sencillo, la profesión del periodista se ha vuelto imprescindible en una sociedad que, desde un principio, la desconoce. Para hacerse del poder de convocatoria que esencialmente le corresponde al periodismo, éste se ve obligado a desbancar al impostor que hoy se levanta en su lugar, para más tarde ubicarse ante los ojos desprevenidos de México, como la única forma de crear revoluciones mediáticas, haciendo uso de información verídica y oportuna, éticamente abordada por un intelecto crítico y certero. De esta forma, animar a una utopía más, la del periodismo que construye muros ideológicos en la mente humana, tan sólidos como el trabajo del mejor de los ingenieros.

15 noviembre 2007

AMORES... PERRAS

*A continuación develaré detalles importantes de la trama en la obra Perras.

Acudir al teatro no es, por lo menos en México, un acto sencillo de efectuar. Para poder presenciar una obra teatral se tiene que planear con dedicación, procurar una apariencia formal, mostrar educación y contar con el temperamento necesario para desprenderse indistintamente de una significativa cantidad monetaria.

La gente en nuestro país no contempla al teatro como una actividad de esparcimiento, suele relacionarla inmediatamente con la escuela y aquellas imágenes de gente con monóculo en un balcón a cinco metros de altura.

La semana pasada acudí a la puesta en escena Perras, una historia sobre muchachas de secundaria atestadas de trastornos relacionados con sexo, drogas, anorexia y disfunción familiar. El costó del boleto en taquilla fue de 150 pesos, donde se me informó que no se practica ningún tipo de descuento, ni siquiera de estudiante. El sableo económico me afectó nuevamente cuando el espíritu del buen samaritano me poseyó previo a la función y, por no molestar a los vecinos de calles aledañas, decidí usar el estacionamiento del foro, ahí, muy sonriente, el encargado retiró 20 pesos más de mi humillado bolsillo.

Durante la obra se intercalan erráticamente momentos de dos días en la escuela, estos, ordenados en la correcta secuencia, revelan la trama: una de la jóvenes sostuvo relaciones con el papá de su amiga y resultó embarazada, bajo el consejo de otra compañera, decide abortar metiéndose un “ganchito” entre las piernas, de manera previsible la casi niña se desangra en el patio de la escuela y muere.

El recurso de la cronología alterada resulta en una estructura dinámica que mantiene a los espectadores pendientes de la trama y aunque la mención constante de los minutos me pareció un exceso, no fue un detalle que absorbiera atención.

Los personajes están claramente definidos: discapacitadas, pobres, ricas, desatendidas, fresas, ñeras, abandonadas, etc. Casi todas presentan dos o más de esas características y esto crea una variedad de combinaciones que permite mantener al público a la expectativa, interesado en la historia de cada una, sin importar que desde el mismo inicio de la obra sea sencillo intuirlas. El esfuerzo está hecho, pero no se puede comentar, sin caer en un error, que las protagonistas en Perras están exentas del aberrante cliché.

Con excepción de la actriz que interpretó a Maria Del Mar (la muerta), me parece una obra representada con éxito aunque el tema principal se pierde entre tantas anécdotas personales que, en más de una ocasión, restan intensidad al impacto de la trama central, pues son tan crudas como la muerte de una joven a la que le practican un aborto clandestino, insalubre y descuidado.

Recursos como el de una escena backwards y una inserción musical sobrada como la de “las chicas superponedoras” (canción que habla exclusivamente de cómo a las chicas de secundaria les encanta “mamar y ponerle”) me parecen un vago esfuerzo de la producción por mantener a la gente interesada en un ambiente que le es desconocido; un puente entre el teatro (presuntamente ajeno al grueso de la población) y el espectáculo multimedia que, a últimas fechas ,parece imprescindible para que las nuevas generaciones sostengan su atención fija en algo por más de unos minutos.

Así como cada uno de los personajes, Perras me pareció viciada; creada, dirigida y actuada bajo la creencia de que el actual cine mexicano genera consciencia de una realidad devastadora entre los asistentes. La obra asemeja más a un film llevado al teatro que una auténtica puesta en escena crítica.

La crisis, es del teatro mexicano en general, asistir al teatro es costoso y los productores, directores y actores no tienen la culpa, pues tienen derecho como cualquier otro profesionista a obtener un sueldo digno. Aún así, omitiendo las facilidades que se podrían dar para consumir teatro, serán menos los que asistan a los foros y más los que se priven de una experiencia cultural más completa.

Con respecto al guión y la representación, por lo menos desde mi percepción, parece que una película mexicana se considera buena cuando abunda en tragedias durante cada segundo de la función, mientras que la comedia necesariamente lo aportan las groserías estridentes y la insistencia en los tabúes sexuales.

Como otro incontable número de presentaciones cinematográficas y teatrales, Perras es víctima de otra realidad mexicana igualmente cruda, pero que curiosamente escapa a los escenarios del país: El arte es arte mientras no se produzca bajo pedido y con intención de lucro, pero sin pedido y sin lucro el arte nacional no tiene posibilidad de subsistencia.

01 noviembre 2007

FALAXIA: LA EMULACIÓN DE EDUCACIÓN 2.0*

Desde que era pequeño simpaticé con los movimientos de izquierda, mis papás involuntariamente me hablaban de Marx, de Lenin, del socialismo, la lucha de clases y el estado benefactor; además –involuntariamente, insisto- también me hablaron sobre las atrocidades del capitalismo. Me recuerdo en la primaria, explicando a mis compañeros como para el gobierno era conveniente regir a una población ignorante en lugar de una letrada; como las trabas académicas (halladas desde temprana edad) forman parte de un sabotaje premeditado con la única intención de formar sujetos receptores de órdenes en sustitución de individuos con iniciativa.

Actualmente mi postura al respecto ha cambiado, hoy creo que deposité en aquella época demasiado crédito en la logística del mentado Sistema; me imaginaba un cuarto oscuro, repleto de las mentes más geniales del país, trabajando por horas para encontrar la mejor manera de mantener a la gente enajenada para que sus jefes –demonios poderosos en cuyas manos descansaban las riendas de la vida pública y política del mundo- lograran trabajar tranquilamente sin miedo a que brotara algún héroe lúcido que sacara a México del oscurantismo. ¡No! ahora sé que no es tan complicado. Las carencias educativas son, para el gobierno, tan sólo un cómodo, benévolo y consecuente resultado del descuido intencionado en las aulas nacionales.

Para bañar a un país en la ignorancia, no es necesario mas que encargarle a un ignorante la tarea de educar. Hace no muchos años, al final del patriarcado del PRI, México ocupaba el lugar número 50 a nivel mundial en cuando a la calidad del sistema educativo, según el Foro Económico Mundial, pero después de albergar a un presidente con dudosa formación académica (un título de administración presuntamente comprado en la Universidad Iberoamericana), México cayó hasta el puesto número 80, debajo de países como Uganda, Zimbawe y Jamaica. Esto no tiene porqué espantarnos si estamos consciente de que aquí se destinan sólo cuatro centavos por cada peso del Producto Interno Bruto a la educación, una cantidad menor incluso a la del mentado “gasto corriente”.

Es muy fácil decir “no hay suficiente presupuesto” y relegar responsabilidades, pero existen oasis en el desierto intelectual mexicano, que denotan como las carencias son consecuencia de la negligencia administrativa, característica de los funcionarios académicos. La UNAM, que cuenta con 285 mil alumnos inscritos en sus diversas facultades, es el más claro ejemplo de voluntad por la educación en México y funciona con diez veces menos capital que aquel otorgado año con año, por concepto del rescate bancario, a Banamex, HSBC, Banorte y Bancomer, únicos en el mundo por obtener 257% de utilidades anuales.

Es preocupante advertir que con el dinero destinado al IPAB, se podrían albergar diez de las mejores universidades del mundo, cubriendo una matrícula de dos millones 850 mil estudiantes a nivel licenciatura, maestría y doctorado, todos ellos con una educación virtualmente gratuita (o si se quieren poner exigentes de 25 centavos por año). Es alarmante escuchar a los representantes populares hablar de José Luís Borgues y Ravina Gran Tagora, de la sagrada concepción y el sacrificio de inocentes en nombre de causas perdidas, es aterrador escucharlos preguntando ¿Dante, quién es Dante? O verlos hincados, besando un anillo papal mientras se desempeñan como diplomáticos, es vergonzoso haber soportado a un Secretario de Gobernación cuya tesis afirma “el gobierno debe reducirse a sus funciones mínimas y dar paso libre a la Iglesia que es madre y maestra”.

Concluyo que una vez más la realidad superó a la ficción y hoy prefiero intuir a aquellos oscuros demonios enclaustrados en salones de alta tecnología, que mirar día a día, como personas vestidas con prendas e ideas propias de la Edad Media, están detrás de los escritorios desde donde se dicta y asesina el futuro intelectual en México.