Yo soy un gran ciudadano, de verdad, a veces (muy a menudo) me asombro de mi singularidad, miro en el espejo y digo con gran orgullo: "Caray Agente Lex, México necesita más patriotas y personas desinteresadas como tú", es por esa razón que hoy acudo a ustedes, angustiado por un asunto de vital importancia, pues considero que el nivel de lectura en México es terriblemente... alto.
La tristeza y la desesperanza imprimen historias e investigaciones de los millones de libros que circulan los tugurios literarios. Conflictos existenciales, desórdenes psicológicos y éticos, sentimientos reprimidos, reclámos sociales, todos tienen nombres poco atractivos por una sencilla razón: no están diseñados para el consumo humano y los libros violan esa sencilla regla sobre de temas de publicación, justificados con su auto nombramiento de "denuncia artística".
Es cierto, si desconfían de mí los invitó a abrir un libro (sólo un momento, no queremos envenenamientos por radiación) y busquen en esa maraña insonora de garabatos negros, puedo asegurarles que sólo encontrarán historias inventadas o datos absurdos que no tiene caso recordar gracias a la gentileza de youtube, donde, con su cómoda herramienta de buscador, encuentro todo, desde un resumen de la segunda guerra mundial, hasta la maravillosa caída de Edgar que no me canso de ver: "!Yaaaa güey¡ Pinche pendejo".
Y no sólo son obsoletas, estás "obras literarias" también dejan profundas heridas psicológicas en aquellos niños que, sin consideración de los padres, crecen leyendo estas armas de destrucción masiva. Como Lewis Carroll, quien con su opera prima, Alicia, ha instruido a varias generaciones en el uso práctico de los hongos alucinógenos, además de sugerir que las maravillas de un país son la anarquía, el lenguaje mal empleado y los juegos de azar.
Ni hablemos de Moby Dick, por algo está prohibida ahora la casa de ballenas, sin embargo nunca he visto a Greenpeace protestar frente a una librería, por eso y por las toneladas de árboles que se invierten anualmente en páginas literarias; papel que podría ser bien utilizado como envolturas para regalos, confeti o avisos de desalojo, en fin, instrumentos de felicidad.
Confieso mi falta de visión, pues no sé cómo han sobrevivido esos textos hasta la era contemporánea, sin renovación de imagen, sin alfombras rojas, sin contenido descargable o multimedia y con esas horribles estrategias comerciales; como Victor Hugo ¿para qué escribirle un libro a los miserables si sabía que no se lo podrían pagar?
Así que basta con los Borges, los Poes y los Huxleys, ellos ya tuvieron su oportunidad de crear su mundo feliz (reinado por Ford si quieren, pero feliz) y no lo lograron; bienvenidos los Azcárraga, los Chapoy y las pantallas táctiles, ellos tienen lo que queremos: felicidad a 18 meses sin intereses con nuestra tarjeta de crédito Banamex. Ya no lean compañeros, verán que así es más chido.
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