11 marzo 2008

15. MITOS LABORALES Y DEL LAVADO DE LA ROPA

El Mercado está saturado, lo he escuchado en incontables ocasiones. Dentro de mi universidad sólo hay una carrera en la que “prácticamente te esperan afuera de tu salón para darte trabajo” y esa, dicen, es Matemáticas Aplicadas en Computación (MAC por sus siglas en acatleco).

Por qué estudiar entonces, con qué motivo soportar las fatídicas filas el día de la inscripción y el indiscutible rostro de ineficacia con el que la “señorita” de la ventanilla siete grita “¡fórmense todos, uno atrás de otro o no los atiendo!” sin importarle la cautela con que la UNAM asignó un turno de atención a cada alumno. No se explica, por sí mismo, el inútil tránsito de 16 mil estudiantes alrededor del Campus en busca de algún acceso libre de remodelación, tan sólo para entregar (tarde) un ensayo sobre porqué los teóricos de la comunicación deberían ser más amables con Manuel Martín Serrano. Y aquí, su humilde servidor responde el milenario enigma: en ésta y en el resto de las poquitas (pero picosas) universidades públicas mexicanas, persiste el calvario, pues son el único lugar en el país –y muy probablemente en el mundo- donde se ha respetado la ancestral creencia, casi olvidada, de que la educación no sirve exclusivamente para colocarse en uno de esos puestos ejecutivos donde entre los requisitos te piden visa y pasaporte, pero en cambio, sí obedece la necesidad de una cultura íntegra, aval de toda identidad, que brinde la libertad para sentir, finalmente, la justa expresión de nuestro ser.

No es que pretenda ganar un premio por decir obviedades, pero es cierto, desde pequeños recibimos incorrupta la imagen del éxito y ésta siempre incluye una cuenta bancaria con muchos ceros, por lo menos tres autos deportivos y una guapa supermodelo como esposa de plástico (a las mujeres, supongo, les exigen ser esa supermodelo como versión femenina del éxito). Todo eso son patrañas. Si la vida se tratara de hacer dinero, llevar una formación académica sería algo prescindible; bastaría con esperar la publicación de memorias del actual secretario de agricultura, Alberto Cárdenas, ahí explicará seguramente cómo llegó a un puesto tan bien remunerado con una carrera técnica muy insípida y la maravillosa tesis titulada “¿Qué es mejor: el detergente o el jabón?”. Ace tiempo no escuchábamos a alguien tan inteligen…zote, dirían algunos.

Ya aclarado el punto donde se explica que la realización profesional no está en la paquetería Windows, podemos continuar y decirlo sin rodeos: En la UNAM, recibimos instrucción y no instrucciones, aprendemos a transformar realidades no a utilizarlas, a vivir con el conocimiento, no a guardarlo en un disco duro de 80 Gigabytes con procesador Intel Duo. También es verdad que caminamos por un angosto trampolín hacia el océano laboral, empujados por la espada de una moribunda economía mexicana, pero han de saber que si esos tiburones de allá abajo buscan devorarnos en el primer bocado, no es porque seamos la presa más fácil, sino que, por el contrario, somos el platillo de gourmet necesario para sanar todas las entrañas del país.

1 comentario:

Kronos dijo...

En muchas ocasiones, y más recientemente, el estudiar una carrera tan sólo brinda una patente de corso para competir por un trabajo que nos ayudará a sobrevivir. Un título creo que ya no dice nada, se lo pueden dar a un egresado del 3 veces H. Instituto Patrulla.
Lo que va adquiriendo valor posterior es personal, el que tanto se haya aprovechado la instrucción y no instrucciones como dices, y además como plusvalor, pues el talento. SOmos productos, y un título es un permiso para competir al parecer.
La desgracia económica nos ha orillado a una competencia rapaz y darwinista.
Aunque hay quienes corren con suerte como el pinche Cárdenas jajaja.