25 abril 2008

ACÁ MI AMOR

En 15 minutos aterrizaremos en el aeropuerto internacional de Villahermosa, el reporte del clima indica cielo despejado con una muy agradable –jaja, qué risa– temperatura de 40 grados centígrados. Demonios… ese piloto no mintió, la ciudad probablemente estaba a temperatura exacta para hornear un pastel de chinlaguitos desprevenidos; la primera aportación cultural de Tabasco al mundo sería demostrar que tales temperaturas son habitables.

Al abrir las puertas de la sala de llegadas una nube invisible de calor inunda la habitación, para recuperar en centésimas de segundo el terreno que le había hecho perder un acondicionador de aire que trabaja a marchas forzadas. El sudor, como aquel bañista que brinca a la piscina para no ser empujado, escurre por los poros un segundo antes de que el cuerpo advierta la temperatura, escurre por la piel hasta volverte un ser resbaloso libre de toda fricción, en Tabasco el calor pesa y empuja en tu contra. En Tabasco, el aire es fuego.

El refugio de un coche “con clima” permite darle al lugar el primer vistazo con mente fría (literal) y la pregunta lógica para cualquier observador será siempre “¿y a dónde se fueron los demás colores?” El verde rugiente de la naturaleza tabasqueña devoraría el más gris de los paisajes urbanos de la Ciudad de México y le sobraría color suficiente para tapizar el cielo marcado por medio siglo de smog. Tan cristalino es todo en esa tierra que a las plantas se les puede ver el alma.

Al avanzar por Villahermosa los grandes ídolos del edén se levantan en forma de glorietas y fuentes, cuidadosamente esculpidas en color cobre, antiguos dirigentes prehispánicos, reconocidos políticos que se llevaron completa su doctrina a la tumba, mujeres tan voluminosas que resulta imposible verlas a los ojos, líderes sociales y culturales, pero entre ellos hay uno que repite créditos en cada cuadra, ya sea en el nombre de la calle, de una fundación, un edificio o simplemente por una cita de su autoría utilizada en algún cartel propagandístico. Carlos Pellicer es el héroe de la ciudad y cómo no habría de serlo, si es el único humano conocido que en su afán de amar a su lugar de nacimiento pudo describir una parte de su sabor, ¿o quién podría negar que el agua de los cántaros sabe a pájaros?.

Villahermosa se puede caracterizar por sus espacios amplios llenos de vegetación tupida, monumentos y fuentes (quizá más de la mitad de ellos espejismos causados por el calor), pero al salir a carretera, uno realiza que eso sólo fue una probadita del Estado. Si los científicos coinciden en que la vida nació en el agua, es lógico encontrar porqué Mesoamérica nació entre los humedales tabasqueños. En Tabasco la tierra es agua. No existirá otro lugar en el mundo donde existan más rios y lagunas que Starbucks y McDonalds.

A 27 kilómetros de la capital y 15 pesos en transportes Chontalpa, esta Jalpa de Mendez, comunidad tan tabasqueña como la cabeza Olmeca, ahí uno recuerda que hay sitios donde “a tres cuadras” continua siendo “el otro lado de la ciudad” y una visita relámpago a la tienda te hará invertir por lo menos 30 minutos en saludos para los conocidos: “¿cómo ha estado?”, “¿qué hace por aquí?”, “¡ah la mecha! ¿ese es tu hijo? Que no sea enaguao y me de un abrazo”.

Me gusta comparar a Jalpa con un golfito gigante, pues de inmediato sobresale una jícara a gran escala, un “pastel” de varios pisos que enaltece al coronel Gregorio Méndez emprendiendo un embate sobre su igualmente aguerrido caballo, luego una pirámide de aspecto infantil y otra jícara aún más colorida, indicios de un lugar de fantasía, que se confirma a medio día con las mariposas blancas liberadas por la parroquia en tímidos sonidos de cajita musical.

Lo que más se envidia del lugar es lo liviano que se siente uno al despertar, pues la vida es sencilla desde las seis de la mañana hasta entrada la noche y si bien la gastronomía es escandalosamente variada, uno sabe que ahí todo proviene del maíz y del cacao, los olores, los sabores, incluso el hombre y la mujer, de ahí la mezcla exacta en una bebida denominada pozol. Dicen que quien lo prueba y lo disfruta, jamás deja tabasco; estoy totalmente de acuerdo, pues hace un par de horas, sorprendido noté que la sangre de mi cuerpo fluye del edén mexicano, donde mi corazón reposa cómodamente, arrullado por el sonido de mil ríos corriendo.


No hay comentarios.: