01 junio 2008

SIN LOS SIMPSONS, EL MUNDO SERÍA UN "D´OH!" GIGANTESCO

¿Qué sería del mundo sin los Simpsons? Para muchos fanáticos de la serie resultaría sencillo encontrar una respuesta: sin los Simpsons no existiría el mundo. Otros, menos radicales como yo, contestaríamos con un grado de madurez superior: Existiría, pero simplemente no valdría la pena.

El programa que nació -como casi todas las obras maestras- de la exclusiva necesidad de expresar una inconformidad con el mundo exterior, no ha salido del aire desde su estreno en 1989 y desde entonces ha simbolizado un sin número de inspiraciones para satirizar el modus vivendi norteamericano, ahora globalizado en patallas de plasma y alta definición a todo occidente. Y no es que no se hubiera intentado antes, únicamente que previo a los Simpsons sería difícil encontrar en televisión un ejemplo de crítica al sistema tan aguda como la observada en los cartones políticos del periódico.

De no ser por la creación de Matt Groening, la cadena Fox en Estados Unidos no sería sintonizada por los partidarios demócratas, que ovacionan la caricatura, pero acusan a la televisora de reaccionaria, derechista y ultra-conservadora, irónicamente sin ese rating proporcionado por el grupo “liberal” la Fox no tendría la presencia con la que hoy en día cuenta en los hogares norteamericanos. Algo así como que los judíos hubieran financiado la campaña antisemita comprándole pan a Hittler sólo porque éste “sabía muy rico”.

En México algo similar ocurrió con Imevisión, que al volverse TV Azteca, dejó una programación con tantos espacios en blanco como la hoja de un ensayista inexperto. Ahí llegaron Homero, Marge, Bart, Lisa y Magguie para ocupar por más de una década el horario estelar de la televisora del Ajusco y brindarle a ésta los televidentes necesarios para consagrarse un rival competitivo de Televisa.

Es interesante notar que el éxito de los Simpsons en América Latina sólo se explica por la estandarización de la cultura en todo el continente y permite hilar referencias del programa con los acontecimientos del diario en todas las naciones que sintonizan también el programa. Y aparentemente ese fue la intención de Groening al incluir en su caricatura un personaje representando cada sector del modelo occidental. El político corrupto, el reverendo sin fe, la niña genio cuyos talentos son desaprovechados, el abusón de la escuela, el nerd inteligente, el nerd nerd, el codicioso empresario monopólico y así una inmensa lista que culmina en Homero, aquel hombre promedio educado por la televisión.

Y a nivel personal ¿qué pasaría en nuestro mundo paralelo sin la emisión de lunes a viernes de los Simpsons con sus respectivas repeticiones? Yo puedo decir, para empezar, que mi papá habría cenado más veces con nosotros, en lugar de escabullirse a la casa de mi abuelita para observar el programa clandestinamente ante la censura que ejercía mi mamá en aquellas fechas. También, sería una pena la pérdida de todas esas referencias que seguramente han entablado tantas amistades y horas de tertulia en una generación reconocida por su falta de símbolos comunes e identidad.

La permanencia tan longeva en la pantalla de la serie animada los ha hecho modificar su estructura originaria, pues ya no más vemos a Bart andar en su patineta o a Lisa tocando el saxofón, sin mencionar intensamente añoradas y emblemáticas llamadas al bar de Moe preguntando por un tal “Al” de apellido “Cólico” que ahora han desaparecido por completo; los cambios quizá sean exigencias de los guionistas, del público, del mercado, o quizá, tan sólo sea un mensaje del caricaturista Groening alertando que víctimas todos somos, hasta ellos, del aparato receptor de imágenes a distancia y las masas que lo sostienen bien en alto.

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