22 septiembre 2008

Geografías en un horno de barro

Lloro porque la melodía me pareció familiar y nada más, no conozco su historia, ni veo imágenes inspiradas en su música, ni siquiera me recuerda a algo o a alguien, creo más bien que me recuerda a todo un poco, lo lindo y lo feo, lo que añoro y también lo susceptible de olvidar, en su modesto cambio de volumen y ritmo, encuentro un recuerdo sin contenido, una identificación con los ecos de mi persona y yo lloro, ni triste ni feliz, sólo... familiar.

Mis memorias más preciadas son como esa melodía, insignificantes como un cúmulo de información, como una serie de datos apilados en un orden congruente, pero en mí, a través de mí, son otra cosa, son pedazos de vida indescriptibles como ella misma, como la sensación de abrazar a tus padres por un largo rato.

Todas las anécdotas que vivimos y no sólo las que recordamos son vertientes de agua clara que desembocan en un gran río, indistinguibles en su conjunto pero todas con un valor espiritual y es lógico extrañar lo liviano del transcurrir de nuestras memorias, pues parece que en nuestros primeros años de existencia lo tenemos y a partir de ahí, nuestro camino se resuelve como una galería de rostros conocidos y ausencias conflictivas.

Cuando nos es arrebatado un vínculo esencial, buscamos en aquel lugar eternamente, a la espera de sentirlo emanando por nuestros poros, como si sólo hubiera estado apagado temporalmente y si no, nos arropamos con nuestra pérdida para esperar un poco más.

Le pertenecemos tanto al mundo que inventamos uno propio para poder andar en él libremente y aún así nos debemos al sabor de un pan recién horneado o a la gloria de meter los pies en agua caliente. Nos debemos también a la tiendita de la esquina o a la vez que perdimos un juguete en el parque, cosas sencillas, de sustancia pura, conectadas a nuestro corazón.

Fue el nuevo mundo, de éxitos y metas, de misión, visión y valores, donde el poder y la perfección están sobrestimados, donde encontramos nuevas formas de hacernos daño, como calificando lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo normal y lo diferente, encontramos el conflicto.

Ser nosotros, que es lo único que sabemos hacer, a la larga nos mata.

Por eso yo digo que es mentira, cuando dejamos este mundo no muere nuestro cuerpo y nuestra alma se eleva al cielo, probablemente ocurre que morimos poco a poco, abandonando nuestras ilusiones, decepcionándonos de nosotros mismos, lastimando a nuestros similares, hasta que finalmente permitimos a un cuerpo marchito descansar sobre la tierra.

No hay comentarios.: