Debo aceptar lo tendencioso de mi cuestionario, pues el público poblador del centro comercial brindó la respuesta que yo herméticamente pretendía recibir, no con la intención de evidenciar ignorancia popular, sino para ejemplificar con una opinión aparentemente obvia como algo, que yo comenzaré a llamar desde ahora “antiperiodismo”, ha devorado su prefijo para ser consumido como su opuesto y así ser bien recibido entre la población, quien después de observar un noticiero televisado, compra amablemente la frase “está usted bien informado”.
Hasta las definiciones más hambrientas del periodismo le otorgan a éste la capacidad de alertar a la población de su realidad, elaborar consciencia e invitarla a ser partícipe en su evolución, para así encauzarla bajo el estandarte de un bienestar universal. ¿Por qué entonces continuamos utilizando el nombre de esa profesión, para llamar a algo que ni siquiera cumple con la definición más elemental?
Una o varias veces fui cuestionado por negarme a llamar ‘periodismo’ a lo que hoy se anuncia como tal; “No por que no te guste o informe, sobre algo que te interese, deja de ser periodismo” me explicaron, pero la razón de mi negativa es muy simple: nuestra contribución primaria como comunicólogos en este mundo es evitar incertidumbre, ruido y demás fenómenos enemigos del libre y efectivo tránsito de la comunicación. Un primer paso sería, por lógica, llamar a cada cosa por su nombre y hasta el diccionario de
El ejemplo es claro en los medios nacionales, por cada noticiero que existe en la programación, le corresponde un similar de espectáculos, cuya información se compone inevitablemente de ocurrencias vacías, intrascendentes para todo aquel ajeno a la farándula, matizadas por una exclusiva invención de los programas de aquella estirpe, un supuesto derecho para estar enterado, sin distinción, de los detalles en la vida personal de todo sujeto dibujado en el televisor.
Si el propósito es ilustrar, la materia prima abunda, aunque para algo tan evidente nunca es necesario ir muy lejos. Tabasco, por ejemplo, no fue sólo víctima de un desastre natural, la negligencia que permitió asentamientos ilegales sobre vasos reguladores de agua y el desvío de mil 970 millones de pesos, entregados por PEMEX para prevenir inundaciones durante el gobierno de Roberto Madrazo y Manuel Andrade, fue ignorada por las televisoras y radiodifusoras que prefirieron darle una cobertura similar al caso de un conductor, presuntamente homosexual, quien fue golpeado por un sexoservidor en un cuarto de hotel.
No es mi intención minorizar al antiperiodismo, por el contrario, lo considero soberano de la opinión pública en la actualidad; es la ausencia de información -y no lo opuesto- lo que dicta la inclinación política y social de un televidente, ansioso de encontrar alivio para su incertidumbre (creada por los mismos medios de comunicación) en una pantalla de
Adorno y Horkheimer advirtieron apropiadamente, hace más de 40 años, que la tendencia natural de los medios de comunicación masiva es la de desposeer a la información de su contenido, volverla accesible para todos y al mismo tiempo intrascendente. Si esto es verdad, el periodismo y nuestras formas de comunicación son incompatibles, la profesión es una utopía más para el recuento, al menos que se pretenda refutar –tan sólo con esperanzas juveniles- la teoría de dos gigantes de la rama.
De cualquier forma el reclamo es sencillo, la profesión del periodista se ha vuelto imprescindible en una sociedad que, desde un principio, la desconoce. Para hacerse del poder de convocatoria que esencialmente le corresponde al periodismo, éste se ve obligado a desbancar al impostor que hoy se levanta en su lugar, para más tarde ubicarse ante los ojos desprevenidos de México, como la única forma de crear revoluciones mediáticas, haciendo uso de información verídica y oportuna, éticamente abordada por un intelecto crítico y certero. De esta forma, animar a una utopía más, la del periodismo que construye muros ideológicos en la mente humana, tan sólidos como el trabajo del mejor de los ingenieros.